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Aprender a ser guiados
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2 months agoon
En el quinto día de la creación, nuestro maravilloso Dios se manifestó de una manera totalmente nueva. Comenzó a crear las criaturas vivientes que caminan entre nosotros. Esta expresión de Su creación se ha manifestado a lo largo de la historia; desde la paloma de Noé hasta el asno de Balaam, desde la ballena de Jonás hasta los leones de Daniel, Dios ha seguido utilizando a los animales en Su gran plan y propósito.
Podemos seguir utilizando estos animales como metáfora del amor y la dirección de Dios. Un ejemplo notable procede del libro de Bob Sjogren titulado Cat and Dog Theology (Teología del perro y del gato): «Un perro dice: ‘Tú me acaricias, tú me alimentas, tú me proteges, tú me amas, tú debes ser Dios’. Un gato dice: ‘Tú me acaricias, tú me alimentas, tú me proteges, tú me amas, yo debo ser Dios’».
Por muy cierto que esto sea, cuando se rompen los moldes ocurre algo maravilloso.
En nuestra familia hemos experimentado de forma reciente un fenómeno interesante en lo que se refiere a nuestras mascotas. Para entender mejor la historia, hay que conocer a nuestros animales. Ralphie es un perro Maltipoo joven y enérgico. Jamás ha conocido a un extraño al que no quisiera. Es dulce, leal y, en muchos sentidos, el compañero ideal.
A continuación, tenemos a nuestra chihuahua, Sally. Encontramos a Sally vagando por nuestro vecindario en 2014 sin identificación ni microchip. Era evidente que la habían maltratado y, cuando la llevé al veterinario, le detectaron tantos problemas que me aconsejaron: «No te molestes en encontrar a su dueño».
Cuidamos a Sally y dos semanas después era legalmente nuestra. Aunque es cariñosa con nosotros y nuestros hijos, hasta el día de hoy, si levanto la mano para acariciar su cabeza, reacciona con un gesto de dolor como si fuera a pegarle (cosa que nunca he hecho ni pienso hacer).
La naturaleza singular de Ralphie y Sally se manifiesta en nuestro paseo nocturno por el barrio.
Ralphie hace todo lo posible por tirar de la correa y correr hacia delante. Está tan desesperado por guiar a quien le sujeta la correa que casi se ahoga con el collar (hemos tenido que cambiar al arnés). No se da cuenta de que sólo pesa dos kilos y medio, y sus tirones no cambian en nada la dirección en la que vamos.
Sin embargo, a Sally hay que llevarla prácticamente a rastras durante todo el paseo. Es tímida y teme dar un paso del que no esté segura.
Es todo un espectáculo tener perros tan distintos que reaccionan ante lo mismo en forma diferente.
Presenciar este fenómeno me hizo reflexionar, y no pude evitar pensar en las diversas formas en que respondemos en nuestras vidas a la guía del Espíritu Santo.
Muchas personas son como Ralphie. Tratan de decirle a Dios a dónde quieren ir sin tener en cuenta Su guía. Prefieren ahogarse en su propia voluntad que escuchar lo que Él tiene que decir. Otros son como Sally y les cuesta confiar plenamente en el Señor. Para que se muevan, el Espíritu Santo debe prácticamente arrastrarlos al siguiente lugar.
Aunque parezca una premisa sencilla, muchos seguidores de Dios caen en estos polos opuestos. Las personas pierden sus destinos cuando actúan como Ralphie y Sally.
Pero tenemos otra mascota en casa de la que no les he comentado. Se llama César y es un gato viejo y sabio. Lo adquirimos el año que nos casamos, y en cada oportunidad que ha tenido ha hecho honor a su noble nombre. Hace algunos años, en nuestros paseos nocturnos con los perros, César empezó a hacer algo asombroso.
Por voluntad propia, nos seguía en nuestros paseos. Sin necesidad de correa. Sin que tuviéramos que persuadirle. Simplemente nos seguía cada noche con el único propósito de estar con nosotros. De vez en cuando teníamos que llamarlo por su nombre, pero siempre estaba cerca.
Creo que en un mundo lleno de Ralphies y Sallys, Dios preferiría que fuéramos como César. El Señor no quiere que le digamos adónde vamos, sino que dejemos que Él nos guíe, y ciertamente no quiere arrastrarnos de un lugar a otro. Prefiere que le sigamos voluntariamente, deseosos de permanecer en su presencia.
En Mateo 8:18-22, vemos a dos hombres que expresan su deseo de seguir a Jesús. El primero se muestra demasiado ansioso, sin saber en qué se está metiendo. Jesús le da una advertencia severa, explicándole que no sabe lo que está pidiendo. El segundo, duda y dice que primero tiene que enterrar a su padre. Nunca nos enteramos del destino de ninguno de los dos hombres, pero espero que ambos hayan renunciado a sus tendencias naturales y hayan aprendido a seguirle fielmente.
El pasado mes de marzo, tras dieciséis años de ser nuestro gato, César murió en paz, pero no antes de que hubiéramos conseguido una gatita llamada CJ. CJ está llena de vida y es muy juguetona. Siempre estuvo tan intrigada por nuestro viejo amigo César que empezó a seguirle a todas partes, aunque fuera a dar un paseo por el barrio.
De manera indirecta, César hizo de nuestra joven gatita un discípulo, que ahora nos sigue todas las noches en nuestros paseos. Aunque Ralphie quiera ser agresivo o Sally tímida, ahora tenemos a CJ siguiéndonos a todas partes…
No importa si luchas por ser demasiado agresivo en tu viaje con Dios o si estás demasiado asustado para dar el siguiente paso, creo que todos podemos crecer al aprender a ser guiados. Si nos mantenemos cerca de Jesús, no nos quedará más remedio que cumplir Su destino para nuestras vidas.
Sobre el autor
Bill Francavilla
Bill Francavilla es el pastor principal de Living Hope, una iglesia de la Biblia Abierta en Williamsburg, Virginia. Después de vivir en Virginia casi toda su vida, asistió a Lynchburg College, donde estudió historia y teatro. Bill recibió su maestría en estudios teológicos en la Universidad Liberty en 2017. Ha participado de forma activa en misiones en México, República Dominicana y Cuba. Él y su esposa, Jessica, tienen cuatro hijos: Alex, Liam, Rita Grace y Gino.