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Los pastores también se deprimen

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«Ustedes los pastores son todos iguales», dijo el asesor, mientras abría la puerta para que yo pudiera salir. «Esperan demasiado para pedir ayuda. Bart, deberías haber estado aquí hace seis meses». Me sonrió, me dio la mano y salí. La primera cita con el psicólogo para tratar la depresión había terminado, así como mis esfuerzos fallidos de solucionar el problema por mí mismo.

Con frecuencia se asume que los pastores son inmunes a enfermedades de la mente como la depresión o la ansiedad. Se cree que su conexión personal con Dios debería ser suficiente para mantenerse a flote. De hecho, si un pastor sufre una enfermedad de la mente, es prueba de que su relación con el Señor es de algún modo deficiente. Personalmente, nunca he estado de acuerdo con esa línea de pensamiento, al menos conscientemente. Pero subconscientemente, me ha parecido cierta. ¿Acaso la solución a los problemas mentales no debería encontrarse en la oración, en el altar, en el ayuno o en la meditación de las Escrituras? Después de todo, hay muchos testimonios impresionantes de personas que han sido liberadas por Dios a través de todos estos medios. Sin embargo, a principios de 2021, ya había hecho todo lo que sabía hacer a nivel espiritual y seguía teniendo la sensación de que mi vida se estaba desmoronando.

Con frecuencia se asume que los pastores son inmunes a enfermedades de la mente como la depresión o la ansiedad.

Al mirar atrás, entiendo por qué se apoderó de mí la desesperanza cuando lo hizo. La forma en que llevaba a cabo mi ministerio me dejaba constantemente agotado, sin fuerzas de reserva para las emergencias. Cuando estalló la pandemia, tuve que esforzarme de forma intensa y continua para dirigir bien la iglesia a través de las controversias y los desafíos. Aunque la Iglesia se recuperó bien. Yo no

Poco a poco, mi forma de pensar se fue oscureciendo. Cuando llegó 2021, mi espiral descendente hacia la oscuridad parecía haber cerrado todas las salidas. Todo se vio afectado: mi familia, la iglesia, incluso mi salud física. Mi comportamiento era notablemente diferente; estaba perdiendo la capacidad de comportarme como yo mismo, y mucho menos de ser yo mismo. Parecía que no había salida, y mi angustia era tan fuerte que empezaba a preocuparme de que mi familia y mi iglesia se vieran atrapadas en una implosión inevitable.

Le pedí a Dios en oración que me liberara del ministerio. La iglesia necesitaba un pastor que estuviera alerta y activo, y yo ya no lo era. Sin embargo, en mi oración, Dios muy claramente denegó mi petición. Sucedió en varias ocasiones. En aquel momento no podía entender por qué Dios se mostraba tan silencioso y distante cuando le pedía que disipara mi oscuridad, pero respondía alto y claro cuando se trataba de mi permanencia en el ministerio. No obstante, sabía que tenía que hablar con mi junta de ancianos.

Nunca había temido tanto una reunión de la junta directiva como en aquella ocasión. El último punto de la agenda era una «actualización personal». Cuando llegamos a ese punto, se produjo un gran silencio en la habitación. Luché por encontrar las palabras para iniciar la conversación y, poco a poco, estas fueron llegando. Los ancianos escucharon en silencio mientras su pastor, que debería tenerlo todo bajo control, les hablaba de sus problemas de salud mental. Les confesé que confesé que mi situación iba de mal en peor y que no sabía qué hacer. Mi esposa también hizo algunas observaciones sinceras. Terminé diciendo que había orado y orado, pero sentía que no debía renunciar. 

… mi angustia era tan fuerte que empezaba a preocuparme de que mi familia y mi iglesia se vieran atrapadas en una implosión inevitable.

Entonces, uno de los ancianos rompió el silencio: «Yo tampoco creo que deba renunciar. Pero no puede seguir así». Los ancianos hicieron preguntas cuidadosas y comentaron cosas muy útiles uno a uno. Con cariño, pero con firmeza, me indicaron que acudiera a un asesor externo. Recuerdo que uno de los ancianos mencionó con delicadeza el hecho de que yo había asesorado a docenas de personas a lo largo de los años y que no debía resistirme a que hicieran lo mismo conmigo. Estuve de acuerdo con ella, aunque me daba pavor reunirme con un asesor. Los ancianos oraron por mí y la reunión concluyó. A regañadientes, busqué un asesor familiarizado con los problemas del clero y concerté una cita.

Cuando surge el tema de la depresión pastoral entre los líderes de iglesias, trato de compartir dos puntos por si alguien está luchando en secreto. En primer lugar, el asesoramiento externo es muy valioso. Los pastores tienen muchas razones (o excusas) para resistirse a ello. Yo mismo lo hice. Pero llega un momento en que no podemos arreglárnoslas solos. Es como pedirle a un cardiólogo que se opere a sí mismo el corazón; no funciona. El segundo punto que intento exponer es que debe haber un líder de confianza en la iglesia que se encargue periódicamente de velar por el bienestar mental del pastor. Los pastores tienden a ocultar sus propios problemas.

Pero llega un momento en que no podemos arreglárnoslas solos.

La depresión tiende a autoalimentarse de forma siniestra. Cualquier esfuerzo resulta más difícil de lo esperado y yo llevaba demasiado tiempo inactivo. El impacto de necesitar asesoramiento me impulsó a pasar a la acción. Al principio, mis esfuerzos fueron débiles: empecé a caminar un kilómetro y medio por un camino o en una máquina de caminar. Me obligué a hablar con la gente fuera de la iglesia, aunque no quería hacerlo. Empecé a regular mi monólogo interior, a limitar la cafeína y a tomarme un sabático adecuado. Estos esfuerzos eran muy imperfectos y, en muchas ocasiones, me dejaron completamente exhausto. Pero fueron el comienzo de un viaje hacia rutinas sanas y piadosas que empezaron a alejar la depresión.

Algunos meses después de aquella reunión crucial, me desperté una mañana con una sensación extraña: me sentía descansado y lleno de energía. Estaba ansioso por empezar el día. Prácticamente salté de la cama antes de darme cuenta de que algo había cambiado. ¿Qué era? Entonces pensé: «Así es como se siente uno cuando tiene muchas ganas de que empiece el día». Había olvidado por completo lo que se sentía. Al darme cuenta de ello, fue como un golpe muy duro, pero en el buen sentido. Existe realmente una salida de la oscuridad.


Sobre el autor

Bart Bentley

Bart Bentley nació y creció en Tujunga, California. Después de graduarse de Eugene Bible College (ahora New Hope Christian College), se casó con Erin McElwee, y juntos pastorearon estudiantes en Cedar Rapids, Iowa, durante dieciséis años. En 2013 aceptó convertirse en el pastor principal de Journey Church Ministries en Loves Park, Illinois. Bart y Erin tienen tres hijos; su hija mayor asiste actualmente a la universidad en Dubuque, Iowa.

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