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Sobrellevar la carga en la Iglesia:Cómo podemos mejorar la manera de hacerlo

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Anne BeemCuando mis hijos eran pequeños, Dios me preguntó si confiaba en Él con respecto a sus testimonios. Después de trabajar como asesora en una iglesia, me habría gustado responder inmediatamente: «¡Por supuesto, Señor!». Pero en lugar de eso, mi respuesta más sincera fue: «¡No! ¡yo veo lo que haces con los testimonios de la gente!». Sabía que, para tener un testimonio de la obra de Dios en sus vidas, las personas tenían que pasar antes por el dolor y la turbación. Uno de mis mayores temores era permitir que mis hijos sufrieran el dolor necesario para tener un testimonio. No fue hasta casi quince años después que con humildad pude cambiar mi respuesta.
Podría contar cientos de historias de la fidelidad de Dios, de cómo saca belleza de las cenizas, como promete en el libro de Isaías: «Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de alabanza en vez de espíritu de desaliento.» (61:3, NVI). Esa es, sin duda, la parte más gratificante de trabajar para Jesús (ya sea en mi papel de hacer discípulos, de asesora, o de amiga). He sido testigo de la belleza de un testimonio que brota de las cenizas del dolor de la vida, cuando alguien ha experimentado la sanidad de un trauma, la restauración de una relación o el perdón para sí mismo y para los demás. Estas son las historias que guardo en mi corazón para dar esperanza cuando parece que no nos queda ninguna. Cuando las dificultades de la vida hacen que sea más fácil identificarse con la desesperación de Job que con la alegría de Pablo, necesito esas historias de redención para darme y dar esperanza a los demás
Intentamos lanzar palabras de las Escrituras al dolor desde la distancia, vendando heridas abiertas con trivialidades.
Mi teología y mi práctica de la salud mental chocaron de frente en mi propia casa cuando tuve que encontrar alguna esperanza que ofrecer a mi hija, a la que le habían hecho un devastador diagnóstico de salud mental. Dios me preguntó amorosamente de nuevo, como lo ha hecho a lo largo de los años, si confiaba en Él con los testimonios de mis hijos. Mentiría si dijera que mi respuesta no requirió una profunda reflexión y una angustiosa oración. Mi esperanza estaba puesta solamente en Él; sabía, sin lugar a dudas, que Dios no le había traído esa enfermedad ni su dolor. Eso formaba parte de la caída del hombre y de sus efectos sobre la creación: una maquinación enemiga. Dios no prometió que mi hija no sufriría dolor, pero sí prometió que cuando la vida lo trajera, lo usaría para su bien. Él hará brillar Su luz en su oscuridad, usará su sanidad para reparar las brechas en las vidas de los demás; todo para Su gloria. Por fin puedo decir de todo corazón que confío en Dios con el testimonio de ella.
Es en estos lugares oscuros y aterradores donde la Iglesia suele errar el blanco. No estamos preparados para soportar las cargas de los demás. Inconscientemente, tememos que los lugares oscuros de los demás puedan consumirnos a nosotros también. Intentamos lanzar palabras de las Escrituras al dolor desde la distancia, vendando heridas abiertas con trivialidades. Las cargas no pueden llevarse desde una distancia emocional.
Recuerde los lugares donde la iglesia le ha servido más en sus momentos de dificultad. Creo que descubrirá que fue en una relación, cuando alguien se sentó con usted en su dolor, ya sea en silencio o con humildad haciendo preguntas en lugar de predicar o hablar de su propio dolor no resuelto. La única vez que los consoladores de Job hicieron un buen trabajo fue cuando se sentaron junto a él en el montón de cenizas en silencio. A veces, lo más sagrado que se puede hacer es ser testigo silencioso del sufrimiento ajeno. Es algo que no se puede hacer en los pocos minutos que dura una llamada al altar o desde una distancia emocional. Hasta que no demostremos que nos mueve el amor y la gracia, sin una agenda para conseguir un cambio de comportamiento, no se nos confiará la parte más angustiosa de la historia de una persona.
Hasta que no demostremos que nos mueve el amor y la gracia, sin una agenda para conseguir un cambio de comportamiento, no se nos confiará la parte más angustiosa de la historia de una persona.
Le confesaré un secreto: no es necesario ser pastor o consejero de la iglesia para ayudar a la gente a alcanzar la salud emocional y espiritual. La mayor parte de la asesoría que he realizado ha sido discipulado, enseñando a la gente los «cómos» de la Biblia: cómo perdonar, cómo no estar ansioso por nada, cómo vencer el poder de la lujuria, cómo guardar su corazón de manera muy práctica y sobre el terreno. Sin embargo, si no sabe cómo aplicar los principios bíblicos a su propia salud emocional, no se sentirá cómodo en los lugares oscuros y aterradores de las luchas de los demás. El comentario de Matthew Henry sobre Gálatas 6 lo expresa bien: «Cuanto mejor conozcamos nuestros propios corazones y caminos, menos despreciaremos a los demás, y más dispuestos estaremos a ayudarlos en sus enfermedades y aflicciones.». Si no se siente seguro cómo ayudar a otros en su dolor, un buen punto de partida es ser un testigo silencioso y orante. Desde ese lugar silencioso, recopile las promesas de Dios en las Escrituras. Conozca el carácter y el amor de Dios por su pueblo. Cuando usted mismo pueda confiar en la bondad inagotable de Dios, podrá transmitirla a los demás. Isaías y Efesios son excelentes lugares para comenzar esta búsqueda del tesoro.
Necesitamos convertirnos en un pueblo que sepa ensuciarse las manos y aplicar el barro de las Escrituras a los ojos de los corazones de los demás de una manera que invite a la restauración. Necesitamos saber dónde encontrar las llaves que liberan a los prisioneros. Como individuos y como Iglesia, podemos ayudar a otros a aplicar los «cómos» de las Escrituras. Me GUSTA cuando las iglesias enseñan seguridad financiera junto con la oración por el avance financiero. Me GUSTA cuando las iglesias tienen programas de recuperación que guían a los cautivos espirituales por los pasos hacia la libertad. Me GUSTA cuando las iglesias enseñan cuáles son los límites y las destrezas de las relaciones saludables. Me GUSTA cuando las iglesias tienen conexiones con programas de salud comunitarios que atienden a la persona en su totalidad: mente, espíritu y cuerpo. No creo que la medicación reduzca la fe; a menudo, proporciona a una persona el impulso que necesita para empezar a correr la carrera que todos estamos tratando de ganar por el reino. Puede ser una herramienta necesaria para aplicar las Sagradas Escrituras a sus vidas. Todos sabemos que la gente herida hace daño, pero es aún más poderoso observar cómo crece el grano de mostaza al ser testigos de cómo gente sanada sana a otros. Una persona que ha aprendido a aplicar el Evangelio de Jesús a sus propios lugares oscuros y aterradores está en condiciones de hacer brillar Su luz a favor de los demás. En lo que respecta a la integración de la salud mental y la espiritual en la Iglesia, ese es el aspecto que más me entusiasma.
Sobre la autora
Anne Beem
Anne Beem es egresada del Eugene Bible College y vive en las afueras de San Antonio, Texas, con su esposo Chuck y sus tres hijas. Ha dedicado gran parte de su carrera a asesorar en iglesias y a trabajar como consultora con pastores para cuidar del alma de los miembros de sus iglesias. Actualmente es profesora adjunta de Psicología en la Universidad George Fox y ofrece servicios de asesoramiento a ministros y a sus familiares. Entre los pasatiempos favoritos de Anne se encuentran coleccionar amigos, viajar y leer todo lo posible.