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La prueba de vuestra fe

Por Cala Dickey


“La frase bíblica: «La prueba de vuestra fe» (Santiago 1:3) se ha convertido, ahora más que nunca en una realidad para mí. Pienso que puede parecer fácil decir que responderemos con un SÍ rotundo a todo lo que Dios nos pida que hagamos, e ir a dondequiera que nos pida que vayamos. Al igual que el profeta Isaías en la Biblia, decimos: «Heme aquí. ¡Envíame a mí!»

Sin embargo, corremos el riesgo de comenzar a ver el llamado de Dios a través de una lente carnal y fácilmente desistir de ese llamado cuando nos enteramos de que nos enfrentaremos con peligro o incomodidad, o que ese llamado no luzca a la vida que imaginamos. Hace mucho tiempo atrás, mi esposo Mike y yo decidimos que iríamos a donde Dios nos llamara. Quizá, podemos luchar un poco con ese llamado porque somos humanos, pero queremos ser personas que siempre respondan con un sí a Dios. Cuando Dios nos llamó como familia a la capital del crimen de Estados Unidos, sabíamos que no sería fácil. Ignorábamos exactamente qué esperar, y el buscador Google no le hacía precisamente justicia a nuestra ciudad. Sin embargo, enseguida nos dimos cuenta de que Nueva Orleans, aunque disfrazada de belleza de gran ciudad, historia, arquitectura, cultura, comida, festivales y fama, está destrozada. El índice de delincuencia está fuera de control, el número de indigentes es desgarrador, se empieza a consumir drogas en la escuela primaria, se practica el vudú y se encuentran quiromantes en casi todas las esquinas, y la oscuridad espiritual se cierne sobre toda la ciudad. ¡Esta ciudad necesita en forma desesperada a Jesús! 

Plantar una iglesia es un proceso. Llegamos en noviembre a Nueva Orleans para tomarnos un pequeño tiempo de descanso y para establecernos como familia antes de ponernos manos a la obra. Queríamos conocer nuestra ciudad y formar parte de la comunidad antes de empezar el proceso de plantar una iglesia. Vivimos una vida bastante tranquila aquí. Poco a poco vamos conociendo a todos nuestros vecinos. Hemos estado estableciendo relaciones, haciendo amigos y disfrutando de la belleza de la ciudad. Aunque habíamos oído hablar de la violencia, la delincuencia y los asesinatos, parecían tan distantes de nuestra pequeña burbuja familiar. Uno nunca piensa que esas cosas le van a pasar a uno, hasta que les suceden. 

El lunes 20 de febrero de 2023, a las 4:35 p. m., fui víctima de un asalto agravado y de un robo a mano armada. Casualmente salía del trabajo a plena luz de un hermoso día en un vecindario muy agradable. La gente paseaba a sus perros, otros estaban sentados y «gente mirando» desde sus terrazas, y los niños jugaban fuera, cuando dos hombres saltaron de la parte trasera de su automóvil y corrieron hacia mí. Uno se puso delante de mí y el otro se acercó por detrás. Mirando sus armas, me quedé tan quieta como pude mientras me golpeaban, pateaban y empujaban. Finalmente, me quitaron el bolso y se dieron a la fuga en un automóvil.

Enseguida llegaron al lugar de los hechos ocho agentes de policía quienes comenzaron a tomar informes y fotografías. Vieron las imágenes de todas las cámaras del vecindario. Me dieron instrucciones de que no tocara nada, ya que necesitaban poder analizar mi ropa y las áreas donde me habían agredido en busca de ADN. El sargento de policía me dijo que, si me hubiera resistido de alguna manera, no estaría allí contando la historia. 

En uno de los momentos más aterradores de mi vida, pude ver cómo cobraba vida el pasaje favorito de las Escrituras: Ustedes ni siquiera tendrán que luchar. Tomen sus posiciones; luego quédense quietos y observen la victoria del Señor”

2 Crónicas 20:17, NTV

En ese momento empecé a llorar, porque, aunque estos individuos me hicieron daño, incluso aunque pudieron utilizar sus armas mortales, creo que yo usé el arma más poderosa que podía haber utilizado en esta situación, la paz. Creo que el arma a la que recurrimos en momentos de peligro y caos habla de la condición de nuestro corazón y del nivel de nuestra fe. Hoy estoy viva porque escogí la paz. No lo estuviera, si hubiese echado mano de mi arma blanca o de mi pistola eléctrica. A veces subestimamos el poder de Dios al tomar el problema en nuestras manos. En uno de los momentos más aterradores de mi vida, pude ver cómo cobraba vida el pasaje favorito de las Escrituras: «Ustedes ni siquiera tendrán que luchar. Tomen sus posiciones; luego quédense quietos y observen la victoria del Señor» (2 Crónicas 20: 17, NTV). 

Muchos han preguntado, ¿qué implicaciones tendrá este incidente para mi familia, la iglesia y lo que hagamos en el futuro? Es una gran pregunta. 

Nuestra respuesta es: «Nos quedaremos aquí. Y seguiremos avanzando». 

¿Estoy traumatizada? Sí. ¿Estoy afectada? Sí. ¿Estuvo mi cuerpo amoratado durante semanas? Sí. ¿Quiero huir de la gente que me hizo daño? No. Les perdono. 

Mi corazón sufre por ellos, porque ese es el único camino que conocen. Oro para que nuestros caminos vuelvan a cruzarse, pero ¡espero que esta vez sea en la iglesia y no en la calle! Jesús dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento» (Marcos 2:17). 

Las personas que me hirieron son las mismas a las que Dios nos llamó a amar y a ser luz. Seguiremos adelante con la misión y la visión que Dios nos ha dado para esta ciudad. También seguiremos siendo sabios, cuidadosos y atentos a lo que sucede a nuestro alrededor. 

El otro día alguien me preguntó: «Si hubieras sabido antes de mudarte que sufrirías este atentado, ¿habrías dicho que sí de igual forma?”. 

Y mi respuesta de inmediato fue: «Sí». 

El llamado de Dios no siempre estará rodeado de un cerco de protección, ni será cómodo. Mi Biblia no dice nada acerca de la comodidad. Pero en el centro de la voluntad de Dios es donde quiero estar. Él no promete la ausencia de sufrimiento, pero promete que Su presencia estará con nosotros. La obediencia es difícil. Puede doler, puede ser solitaria y es costosa. Sin embargo, dar un paso hacia adelante en fe y ser obedientes liberará un nivel de bendiciones y fidelidad de Dios que ni siquiera se imagina. Dios no nos llama y luego nos abandona. Dios llama, y Dios cumple. Dios guía y Él provee. Dios es fiel, y yo digo ¡sí! Le pregunto dos cosas, primero: ¿Cuál es el arma a la que usted recurre cuando surge el caos?, y segundo: ¿Qué le está pidiendo Dios que responda usted que «sí»?

Sobre la autora


Cala Dickey fue hija de un predicador y ahora es pastora, esposa de pastor, madre, líder de alabanza, plantadora de iglesias y pionera. Ama la Biblia Abierta y considera un gozo que ella y su esposo, Mike, hayan podido llevar la Biblia Abierta a Carolina del Norte y ahora a Luisiana, donde planean lanzar en 2024 «OHR City Church» (Iglesia de la ciudad de OHR). OHR (pronunciado «or») es la palabra hebrea para luz y también significa «poner en orden el caos».

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