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Mi camino a Dios

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Mi padre dejó a nuestra familia cuando yo era un niño, y mi madre se volvió a casar poco después. Yo era un niño enojado, siempre enfadado por algo casi todos los días, pero sin saber porque.

Asistía a la escuela dominical entre los cuatro y siete años y aprendí de Dios, Jesús y la fe, pero después de eso no recibí ninguna influencia espiritual – sin iglesia, sin estudio bíblico, sin lectura. Nada.

Un día en la escuela secundaria aprendí sobre la teoría de la evolución de Darwin, que me atrajo porque tiendo a mirar las cosas analíticamente. Siempre he querido saber cómo funcionan las cosas y cuál es su propósito. Desarmaba las cosas sólo para averiguar las respuestas a este tipo de preguntas. Yo preguntaba “¿Por qué?” a todo. La frase “porque te lo dije” fue la respuesta dada a la mayoría de mis preguntas, pero sabía que tenía que haber una razón para todo, así que de nuevo me preguntaba “¿Por qué?” Durante años mis amigos y yo discutimos sobre nuestras creencias y sobre cómo la humanidad llegó a ser. Yo mismo no creía en un ser supremo. No admiré a ninguna persona ni tenía héroes.

A medida que pasaba la vida, me uní al ejército, me casé, trabajé y me convertí en propietario de una casa, todo antes de cumplir los 27 años. Para entonces sentí que era hora de ser padre, de formar mi propia familia. Incluso cuando era niño, siempre había querido ser padre. Debido a que este deseo era tan fuerte, en nuestra primera cita le pregunté a mi futura esposa si quería tener hijos algún día. Ella respondió con un “Sí”.

Mi esposa y yo nos conocimos en Alemania. Ella había renunciado a su vida allí para venir conmigo a California. Sin embargo, a medida que su nueva carrera despegaba, su deseo de tener hijos comenzó a desvanecerse. Sentí el cambio y finalmente la senté y le pregunté directamente si quería tener hijos. Esta vez ella respondió “No”, que para mí era el principio del final de nuestro matrimonio. Me hacía recordar una vez más que para mí nada bueno parecía durar mucho tiempo.

Sentí que teníamos un matrimonio fuerte, así que acepté dar una oportunidad a la vida sin hijos. Pero después de tres meses la comprensión me golpeó duro: el único sueño que había tenido fue destrozado, se fue para siempre.

Me deprimí mucho y me llevé una borrachera de ocho meses abusando del alcohol y las drogas para distraerme del dolor dentro de mi espíritu, un dolor que nunca había sentido antes. Estaba confundido porque nunca me habían importado los pensamientos de otras personas. Me sentaba solo en mi garaje durante horas contemplando mi vida, las decisiones que había tomado y a dónde iba a ir después.

Durante la mayor parte de mi existencia, tenía una profunda intuición de que estaba destinado a algo más, como si hubiera algo que debería ser, algún lugar al que se suponía que debería ir. Algo faltaba en lo más profundo de mi ser. ¿Podría ese “algo más” ser mi paternidad o era algo espiritual?

Con la paternidad descartada, comencé a buscar respuestas en Dios.

Sólo que ahora, al escribir estas palabras, veo cómo el Señor me cuidaba y aliviaba mi dolor. Una amiga de la infancia dio a luz a gemelos, y empecé a pasar mucho tiempo con ellos. Mi amiga incluso dijo un día que estaba satisfaciendo mi “deseo de ser papá” pasando tiempo con sus hijos. 

Sin embargo, todavía necesitaba respuestas, así que me dirigí a mi vecino, un pastor. Exigí que me enseñara la verdad, no la interpretación diluida de alguien. Mi vecino estaba bíblicamente bien informado. Su biblioteca particular contaba con volúmenes de material teológico completo en varios idiomas. Él fue el primero en llevarme a orar para invitar a Jesús a mi corazón y a mi vida.

Pasaron unos cuantos años más, pero lamentablemente, el mal todavía dictaba la mayoría de mis decisiones. Mi depresión se profundizó y comencé a engañar a mi esposa. Estaba en un punto en el que ni siquiera me importaba si vivía o moría. Eventualmente después de 18 años de matrimonio, mi esposa y yo nos divorciamos.

Conocí a una mujer llamada Teri, y empezamos a pasar tiempo juntos. Después de unos ocho meses, ella se quedó embarazada de una hija a la que llamaríamos Reubie. Estaba emocionado con la posibilidad de ser papá, a la edad de 38 años, mi vida empezaba de nuevo, pero esta vez tenía una novia y una hija que mantener. Y tanto Teri como yo estábamos desempleados.

Bendecido con una hija hermosa, esta vez me puse en un camino más verdadero. En lugar de tratar de hacerlo por mi cuenta, busqué la dirección de Dios. De hecho, nada de esto fue fácil, y durante años luchamos. Mi pasado invadiría nuestra nueva vida de vez en cuando, haciéndome dudar de mi decisión de seguir a Jesús.

Un día, mi hermano me invitó a su iglesia, Restoration Open Bible Church en Bay Point, California. Allí conocí a Steven Magoon, un pastor que yo sentía que solo quería enseñar la verdad, la Palabra de Dios. Teri y yo, ahora casados, comenzamos a asistir a las reuniones con regularidad. Aprendí a orar a pesar de que todavía no había leído la Biblia por mí mismo. Empecé a ver las bendiciones de Dios en mi vida, pero no me sentía completamente comprometido con Él.

Después de aprender sobre el bautismo de agua, quería dar ese siguiente paso, pero por alguna razón pasaron unos cuantos años más sin que yo lo hiciera. No debe haber sido el momento adecuado para mí. Sin embargo, un par de semanas antes de la Pascua de 2019, el pastor Steven me informó que iba a realizar bautismos para aquellos que estaban listos. Estaba emocionado y temeroso al mismo tiempo.Empecé a leer sobre el tema para poder entender completamente lo que significaba ser bautizado, comprometer mi cuerpo y mi alma a Dios. Cuando finalmente llegó el día, estaba tan emocionado como un niño en la Noche Buena. Sé que me había salvado antes, pero hasta que el agua se me corría de la cara, nunca me había “sentido” salvado. Me levanté del agua sintiéndome nuevo y libre. Fue un momento maravilloso y gozoso.

About the Author

La familia Lundvall: (de izquierda a derecha) la madre de Reuben, Phyllis Whit, Reubie, Teri y Reuben

Reuben Lundvall III trabaja para el Departamento de Salud Ambiental del Condado de Alameda como biólogo de control de vectores. Vive en Pleasant Hill, California, con su encantadora esposa, Teri, y su hermosa hija, Reubie. Su pastor, Steven Magoon, dijo: “Bautizar a Rubén fue la culminación de un corazón transformado por Dios. La realidad de Jesús en su vida es inconfundible al llevar a su familia y a los demás hacia Jesús.”

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Sobrellevar la carga en la Iglesia:Cómo podemos mejorar la manera de hacerlo

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Cuando mis hijos eran pequeños, Dios me preguntó si confiaba en Él con respecto a sus testimonios. Después de trabajar como asesora en una iglesia, me habría gustado responder inmediatamente: «¡Por supuesto, Señor!». Pero en lugar de eso, mi respuesta más sincera fue: «¡No! ¡yo veo lo que haces con los testimonios de la gente!». Sabía que, para tener un testimonio de la obra de Dios en sus vidas, las personas tenían que pasar antes por el dolor y la turbación. Uno de mis mayores temores era permitir que mis hijos sufrieran el dolor necesario para tener un testimonio. No fue hasta casi quince años después que con humildad pude cambiar mi respuesta.  

Podría contar cientos de historias de la fidelidad de Dios, de cómo saca belleza de las cenizas, como promete en el libro de Isaías: «Me ha enviado a darles una corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de alabanza en vez de espíritu de desaliento.» (61:3, NVI). Esa es, sin duda, la parte más gratificante de trabajar para Jesús (ya sea en mi papel de hacer discípulos, de asesora, o de amiga). He sido testigo de la belleza de un testimonio que brota de las cenizas del dolor de la vida, cuando alguien ha experimentado la sanidad de un trauma, la restauración de una relación o el perdón para sí mismo y para los demás. Estas son las historias que guardo en mi corazón para dar esperanza cuando parece que no nos queda ninguna. Cuando las dificultades de la vida hacen que sea más fácil identificarse con la desesperación de Job que con la alegría de Pablo, necesito esas historias de redención para darme y dar esperanza a los demás

Intentamos lanzar palabras de las Escrituras al dolor desde la distancia, vendando heridas abiertas con trivialidades.

Mi teología y mi práctica de la salud mental chocaron de frente en mi propia casa cuando tuve que encontrar alguna esperanza que ofrecer a mi hija, a la que le habían hecho un devastador diagnóstico de salud mental. Dios me preguntó amorosamente de nuevo, como lo ha hecho a lo largo de los años, si confiaba en Él con los testimonios de mis hijos. Mentiría si dijera que mi respuesta no requirió una profunda reflexión y una angustiosa oración. Mi esperanza estaba puesta solamente en Él; sabía, sin lugar a dudas, que Dios no le había traído esa enfermedad ni su dolor. Eso formaba parte de la caída del hombre y de sus efectos sobre la creación: una maquinación enemiga. Dios no prometió que mi hija no sufriría dolor, pero sí prometió que cuando la vida lo trajera, lo usaría para su bien. Él hará brillar Su luz en su oscuridad, usará su sanidad para reparar las brechas en las vidas de los demás; todo para Su gloria. Por fin puedo decir de todo corazón que confío en Dios con el testimonio de ella.

Es en estos lugares oscuros y aterradores donde la Iglesia suele errar el blanco. No estamos preparados para soportar las cargas de los demás. Inconscientemente, tememos que los lugares oscuros de los demás puedan consumirnos a nosotros también. Intentamos lanzar palabras de las Escrituras al dolor desde la distancia, vendando heridas abiertas con trivialidades. Las cargas no pueden llevarse desde una distancia emocional.

Recuerde los lugares donde la iglesia le ha servido más en sus momentos de dificultad. Creo que descubrirá que fue en una relación, cuando alguien se sentó con usted en su dolor, ya sea en silencio o con humildad haciendo preguntas en lugar de predicar o hablar de su propio dolor no resuelto. La única vez que los consoladores de Job hicieron un buen trabajo fue cuando se sentaron junto a él en el montón de cenizas en silencio. A veces, lo más sagrado que se puede hacer es ser testigo silencioso del sufrimiento ajeno. Es algo que no se puede hacer en los pocos minutos que dura una llamada al altar o desde una distancia emocional. Hasta que no demostremos que nos mueve el amor y la gracia, sin una agenda para conseguir un cambio de comportamiento, no se nos confiará la parte más angustiosa de la historia de una persona.

Hasta que no demostremos que nos mueve el amor y la gracia, sin una agenda para conseguir un cambio de comportamiento, no se nos confiará la parte más angustiosa de la historia de una persona.

Le confesaré un secreto: no es necesario ser pastor o consejero de la iglesia para ayudar a la gente a alcanzar la salud emocional y espiritual. La mayor parte de la asesoría que he realizado ha sido discipulado, enseñando a la gente los «cómos» de la Biblia: cómo perdonar, cómo no estar ansioso por nada, cómo vencer el poder de la lujuria, cómo guardar su corazón de manera muy práctica y sobre el terreno. Sin embargo, si no sabe cómo aplicar los principios bíblicos a su propia salud emocional, no se sentirá cómodo en los lugares oscuros y aterradores de las luchas de los demás. El comentario de Matthew Henry sobre Gálatas 6 lo expresa bien: «Cuanto mejor conozcamos nuestros propios corazones y caminos, menos despreciaremos a los demás, y más dispuestos estaremos a ayudarlos en sus enfermedades y aflicciones.». Si no se siente seguro cómo ayudar a otros en su dolor, un buen punto de partida es ser un testigo silencioso y orante. Desde ese lugar silencioso, recopile las promesas de Dios en las Escrituras. Conozca el carácter y el amor de Dios por su pueblo. Cuando usted mismo pueda confiar en la bondad inagotable de Dios, podrá transmitirla a los demás. Isaías y Efesios son excelentes lugares para comenzar esta búsqueda del tesoro.

Necesitamos convertirnos en un pueblo que sepa ensuciarse las manos y aplicar el barro de las Escrituras a los ojos de los corazones de los demás de una manera que invite a la restauración. Necesitamos saber dónde encontrar las llaves que liberan a los prisioneros. Como individuos y como Iglesia, podemos ayudar a otros a aplicar los «cómos» de las Escrituras.  Me GUSTA cuando las iglesias enseñan seguridad financiera junto con la oración por el avance financiero. Me GUSTA cuando las iglesias tienen programas de recuperación que guían a los cautivos espirituales por los pasos hacia la libertad. Me GUSTA cuando las iglesias enseñan cuáles son los límites y las destrezas de las relaciones saludables. Me GUSTA cuando las iglesias tienen conexiones con programas de salud comunitarios que atienden a la persona en su totalidad: mente, espíritu y cuerpo. No creo que la medicación reduzca la fe; a menudo, proporciona a una persona el impulso que necesita para empezar a correr la carrera que todos estamos tratando de ganar por el reino. Puede ser una herramienta necesaria para aplicar las Sagradas Escrituras a sus vidas. Todos sabemos que la gente herida hace daño, pero es aún más poderoso observar cómo crece el grano de mostaza al ser testigos de cómo gente sanada sana a otros. Una persona que ha aprendido a aplicar el Evangelio de Jesús a sus propios lugares oscuros y aterradores está en condiciones de hacer brillar Su luz a favor de los demás. En lo que respecta a la integración de la salud mental y la espiritual en la Iglesia, ese es el aspecto que más me entusiasma. 


Sobre la autora

Anne Beem

Anne Beem es egresada del Eugene Bible College y vive en las afueras de San Antonio, Texas, con su esposo Chuck y sus tres hijas. Ha dedicado gran parte de su carrera a asesorar en iglesias y a trabajar como consultora con pastores para cuidar del alma de los miembros de sus iglesias. Actualmente es profesora adjunta de Psicología en la Universidad George Fox y ofrece servicios de asesoramiento a ministros y a sus familiares. Entre los pasatiempos favoritos de Anne se encuentran coleccionar amigos, viajar y leer todo lo posible.  

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Descubre la Dirección Espiritual

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Dirección espiritual… Bueno, suena como lo que recibo del Espíritu Santo cuando oro, así que ¿por qué necesitaría reunirme con un director espiritual cuando puedo hacerlo por mi cuenta? Parece innecesario, ¿verdad? Y, además, soy hombre, y los hombres nunca pedimos direcciones.

Así pensaba hace unos años atrás, hasta el día en que recibí una llamada telefónica de una ministra que estaba preparándose para ser una directora espiritual. Ella necesitaba hacer un determinado número de horas de práctica para terminar su curso de capacitación, y me preguntó si yo podría ser su «conejillo de indias».

Esta llamada había llegado por «casualidad» en medio de una temporada difícil; mis obligaciones pastorales se sentían interminables y estaba atravesando un profundo cambio en mi vida. Me sentía vacío y me planteaba una pregunta que no me dejaba en paz: «¿Estoy escuchando con claridad a Dios?». Incapaz de hablar de mi lucha interna con otros, me sentía espiritualmente estancado. La persona que me llamaba era de confianza, así que acepté participar en su proceso de capacitación. Pensé que la estaba ayudando, pero no imaginaba que esa decisión se convertiría en el pilar fundamental de mi salud espiritual y mental para avanzar en el futuro.

La dirección espiritual se puede comparar con tener un amigo maravilloso, e incluso me atrevería a decir sagrado, que camina a su lado y le guía suavemente en su vida para que perciba y responda a la presencia de Dios.

La dirección espiritual se puede comparar con tener un amigo maravilloso, e incluso me atrevería a decir sagrado, que camina a su lado y le guía suavemente en su vida para que perciba y responda a la presencia de Dios. Créalo o no, hasta el mejor de nosotros puede no percibir a Dios en medio de nuestros trastornos emocionales y mentales. A diferencia de la orientación o el asesoramiento tradicionales, la dirección espiritual se centra en profundizar en nuestra relación con Dios y nos ayuda a ser más conscientes de su presencia en nuestras experiencias cotidianas.

Recuerdo en forma muy especial una sesión de dirección espiritual. Mi madre acababa de fallecer y mi padre estaba en fase terminal. Había sido un año muy difícil por las pérdidas que había sufrido y, por mi parte, estaba tratando de hacer todo lo posible por mantener la calma. Mientras hablaba con mi directora espiritual, me hizo una sugerencia. Dijo: «Gary, tómate los próximos diez minutos para sentarte frente al Padre y pregúntale qué quiere decirte en esta etapa de tu vida».

Me senté en silencio y miré por la ventana de mi despacho al patio trasero. Era un hermoso día y el viento soplaba entre los árboles. Una fuerza invisible movía las cosas. Mientras estaba allí sentado, Dios me trajo a la mente tres recuerdos de mi padre. El primero era de cuando yo tenía cuatro años y estaba con él en la playa; me llevó al agua profunda. Recuerdo que protesté porque no quería ir, pero también me sentí seguro porque estaba en los brazos de mi padre, agarrado fuertemente. El segundo recuerdo era cuando tenía veinte años e hicimos un viaje juntos. Fue en ese viaje cuando sentí que mi padre, con sus acciones, tomaba su manto de autoridad y liderazgo y los ponía sobre mis hombros. El tercero no era un recuerdo, sino una visión del futuro. Me disponía a visitar a mi padre dentro de un mes; era para despedirme, ya que se encontraba en la fase final de su vida en la tierra. Mi agenda era sencilla: Simplemente iba a pasar tiempo con papá.  

Con el viento soplando entre los árboles, el Padre utilizó a mi padre para ayudarme a encontrarme con Él. Nunca olvidaré las tres cosas que Dios me susurró mientras reflexionaba sobre esos tres momentos:

Gary, estoy contigo; estás a salvo.

Gary, te he dado todo lo que necesitas para cumplir aquello para lo que te he llamado; confío en ti.

Gary, todo lo que deseo es que pases tiempo conmigo y disfrutes de mi presencia

Todas esas alegrías pasadas y futuras fueron un recordatorio de mi Padre celestial para que yo pudiera emprender el camino que tenía por delante porque Él estaba conmigo. Creo que no habría tenido una experiencia tan profunda de no haber sido por la conversación previa y la sesión de reflexión posterior con mi directora espiritual.

La dirección espiritual ha sido una experiencia transformadora para mí, me ha ayudado a crecer tanto a nivel personal como profesional.

Los momentos de esta sesión y de las siguientes han cambiado mi vida y me han ayudado a ser mejor líder y seguidor de Dios. Ahora, afronto las decisiones con un mayor fundamento, optando por confiar en el discernimiento basado en la oración y en las aportaciones de personas maduras espiritualmente que no estén emocionalmente vinculadas a las situaciones. También he aprendido a escuchar mejor, no sólo a Dios, sino también a los demás.

La dirección espiritual también ha sido de gran ayuda para mi salud mental. Las sesiones regulares me ofrecen un refugio frente a las constantes exigencias del ministerio y me permiten procesar los factores estresantes en un contexto seguro. He aprendido a ser más resiliente gracias a la reflexión sobre mi viaje espiritual y me siento más equilibrado y con propósito.

Si es usted un ministro que aún no ha probado la dirección espiritual, se la recomiendo encarecidamente. A continuación, le presento algunas sugerencias para que las considere:

  • Encuentre un director espiritual que está capacitado para ayudar a otros en su caminar espiritual.
  • Asegúrese de dar prioridad a las sesiones regulares. Un compromiso constante permite un desarrollo más profundo de su trayectoria espiritual y un crecimiento continuo.
  • Sea abierto y vulnerable. No tenga miedo de hablar de las partes buenas y malas de su vida espiritual.

La dirección espiritual ha sido una experiencia transformadora para mí, me ha ayudado a crecer tanto a nivel personal como profesional. Recuerde que, a veces, todos necesitamos ayuda.


Sobre el autor

Gary Khan

Gary Khan nació en la isla de Trinidad, en el Caribe. Se trasladó a Estados Unidos a los veinte años para proseguir su educación y su vocación pastoral. Conoció a su esposa DeLaine en el Eugene Bible College (ahora New Hope Christian College) y, tras su graduación, se casaron y empezaron a trabajar en la iglesia Desert Streams de Santa Clarita, California. Después de treinta y dos años como pastor, Gary se convirtió en director ejecutivo de Operaciones de Marketplace Chaplains. Es autor de devocionales como Reset y Greater, y de su libro más reciente, That Didn’t Turn Out the Way I Thought.

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Los pastores también se deprimen

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«Ustedes los pastores son todos iguales», dijo el asesor, mientras abría la puerta para que yo pudiera salir. «Esperan demasiado para pedir ayuda. Bart, deberías haber estado aquí hace seis meses». Me sonrió, me dio la mano y salí. La primera cita con el psicólogo para tratar la depresión había terminado, así como mis esfuerzos fallidos de solucionar el problema por mí mismo.

Con frecuencia se asume que los pastores son inmunes a enfermedades de la mente como la depresión o la ansiedad. Se cree que su conexión personal con Dios debería ser suficiente para mantenerse a flote. De hecho, si un pastor sufre una enfermedad de la mente, es prueba de que su relación con el Señor es de algún modo deficiente. Personalmente, nunca he estado de acuerdo con esa línea de pensamiento, al menos conscientemente. Pero subconscientemente, me ha parecido cierta. ¿Acaso la solución a los problemas mentales no debería encontrarse en la oración, en el altar, en el ayuno o en la meditación de las Escrituras? Después de todo, hay muchos testimonios impresionantes de personas que han sido liberadas por Dios a través de todos estos medios. Sin embargo, a principios de 2021, ya había hecho todo lo que sabía hacer a nivel espiritual y seguía teniendo la sensación de que mi vida se estaba desmoronando.

Con frecuencia se asume que los pastores son inmunes a enfermedades de la mente como la depresión o la ansiedad.

Al mirar atrás, entiendo por qué se apoderó de mí la desesperanza cuando lo hizo. La forma en que llevaba a cabo mi ministerio me dejaba constantemente agotado, sin fuerzas de reserva para las emergencias. Cuando estalló la pandemia, tuve que esforzarme de forma intensa y continua para dirigir bien la iglesia a través de las controversias y los desafíos. Aunque la Iglesia se recuperó bien. Yo no

Poco a poco, mi forma de pensar se fue oscureciendo. Cuando llegó 2021, mi espiral descendente hacia la oscuridad parecía haber cerrado todas las salidas. Todo se vio afectado: mi familia, la iglesia, incluso mi salud física. Mi comportamiento era notablemente diferente; estaba perdiendo la capacidad de comportarme como yo mismo, y mucho menos de ser yo mismo. Parecía que no había salida, y mi angustia era tan fuerte que empezaba a preocuparme de que mi familia y mi iglesia se vieran atrapadas en una implosión inevitable.

Le pedí a Dios en oración que me liberara del ministerio. La iglesia necesitaba un pastor que estuviera alerta y activo, y yo ya no lo era. Sin embargo, en mi oración, Dios muy claramente denegó mi petición. Sucedió en varias ocasiones. En aquel momento no podía entender por qué Dios se mostraba tan silencioso y distante cuando le pedía que disipara mi oscuridad, pero respondía alto y claro cuando se trataba de mi permanencia en el ministerio. No obstante, sabía que tenía que hablar con mi junta de ancianos.

Nunca había temido tanto una reunión de la junta directiva como en aquella ocasión. El último punto de la agenda era una «actualización personal». Cuando llegamos a ese punto, se produjo un gran silencio en la habitación. Luché por encontrar las palabras para iniciar la conversación y, poco a poco, estas fueron llegando. Los ancianos escucharon en silencio mientras su pastor, que debería tenerlo todo bajo control, les hablaba de sus problemas de salud mental. Les confesé que confesé que mi situación iba de mal en peor y que no sabía qué hacer. Mi esposa también hizo algunas observaciones sinceras. Terminé diciendo que había orado y orado, pero sentía que no debía renunciar. 

… mi angustia era tan fuerte que empezaba a preocuparme de que mi familia y mi iglesia se vieran atrapadas en una implosión inevitable.

Entonces, uno de los ancianos rompió el silencio: «Yo tampoco creo que deba renunciar. Pero no puede seguir así». Los ancianos hicieron preguntas cuidadosas y comentaron cosas muy útiles uno a uno. Con cariño, pero con firmeza, me indicaron que acudiera a un asesor externo. Recuerdo que uno de los ancianos mencionó con delicadeza el hecho de que yo había asesorado a docenas de personas a lo largo de los años y que no debía resistirme a que hicieran lo mismo conmigo. Estuve de acuerdo con ella, aunque me daba pavor reunirme con un asesor. Los ancianos oraron por mí y la reunión concluyó. A regañadientes, busqué un asesor familiarizado con los problemas del clero y concerté una cita.

Cuando surge el tema de la depresión pastoral entre los líderes de iglesias, trato de compartir dos puntos por si alguien está luchando en secreto. En primer lugar, el asesoramiento externo es muy valioso. Los pastores tienen muchas razones (o excusas) para resistirse a ello. Yo mismo lo hice. Pero llega un momento en que no podemos arreglárnoslas solos. Es como pedirle a un cardiólogo que se opere a sí mismo el corazón; no funciona. El segundo punto que intento exponer es que debe haber un líder de confianza en la iglesia que se encargue periódicamente de velar por el bienestar mental del pastor. Los pastores tienden a ocultar sus propios problemas.

Pero llega un momento en que no podemos arreglárnoslas solos.

La depresión tiende a autoalimentarse de forma siniestra. Cualquier esfuerzo resulta más difícil de lo esperado y yo llevaba demasiado tiempo inactivo. El impacto de necesitar asesoramiento me impulsó a pasar a la acción. Al principio, mis esfuerzos fueron débiles: empecé a caminar un kilómetro y medio por un camino o en una máquina de caminar. Me obligué a hablar con la gente fuera de la iglesia, aunque no quería hacerlo. Empecé a regular mi monólogo interior, a limitar la cafeína y a tomarme un sabático adecuado. Estos esfuerzos eran muy imperfectos y, en muchas ocasiones, me dejaron completamente exhausto. Pero fueron el comienzo de un viaje hacia rutinas sanas y piadosas que empezaron a alejar la depresión.

Algunos meses después de aquella reunión crucial, me desperté una mañana con una sensación extraña: me sentía descansado y lleno de energía. Estaba ansioso por empezar el día. Prácticamente salté de la cama antes de darme cuenta de que algo había cambiado. ¿Qué era? Entonces pensé: «Así es como se siente uno cuando tiene muchas ganas de que empiece el día». Había olvidado por completo lo que se sentía. Al darme cuenta de ello, fue como un golpe muy duro, pero en el buen sentido. Existe realmente una salida de la oscuridad.


Sobre el autor

Bart Bentley

Bart Bentley nació y creció en Tujunga, California. Después de graduarse de Eugene Bible College (ahora New Hope Christian College), se casó con Erin McElwee, y juntos pastorearon estudiantes en Cedar Rapids, Iowa, durante dieciséis años. En 2013 aceptó convertirse en el pastor principal de Journey Church Ministries en Loves Park, Illinois. Bart y Erin tienen tres hijos; su hija mayor asiste actualmente a la universidad en Dubuque, Iowa.

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