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Cómo escuchar a Dios 

Por Dyrie M. Francis 


En medio del caos y el ruido de la vida cotidiana, algunos relegarían el escuchar la voz de Dios a pastores y líderes espirituales cuya vocación les exige estar en comunión con Dios para poder ministrar a Su Iglesia. La verdad es que a Dios le complace hablar a sus hijos y que ellos le escuchen. Las Sagradas Escrituras están llenas de ejemplos de individuos, e incluso de una nación, que escucharon hablar a Dios.

Desde el principio, Dios disfrutó de la comunión con Adán y Eva en el Jardín del Edén, hasta que el pecado interrumpió la relación entre Dios y la humanidad (Génesis 3:1-10). Dios habló a Abram (cuyo nombre se cambió más tarde por el de Abraham) y le ordenó que se fuera a una tierra que le daría a él y a sus descendientes si obedecía los mandatos de Dios. Dios prometió bendecir a todas las naciones a través de Abraham (Génesis 12:3). Imagínense a Samuel, un jovencito que oye a Dios llamarlo por su nombre para tener una conversación con él. Jeremías, a quien Dios llamó como profeta a las naciones, se sentía inadecuado para la tarea, pero Dios prometió capacitarle (Jeremías 1:4-10). Éxodo 33:11 dice que Dios habló con Moisés «como un hombre habla con su amigo». Josué, el sucesor de Moisés, tuvo un encuentro con Dios como libertador y Salvador en un momento de derrota militar contra la nación de Hai. Dios reveló a Josué la razón por la que Israel fue derrotada y los pasos para recuperar la victoria (Josué 7:4-11). 

El Nuevo Testamento registra muchos momentos en los que Dios habló a los discípulos; por ejemplo, en el Monte de la Transfiguración (Lucas 9:35); a Saulo, el perseguidor de la Iglesia, mientras iba de camino a Damasco (Hechos 9:1-6); y a Pedro mientras estaba en éxtasis en la azotea (Hechos 10:9-16). Por último, Juan, el amado apóstol, quien dejó escrito la revelación de Jesús al final de los tiempos (Apocalipsis 1:11; 2, 3, 22:12,16, 20). 

¡Dios quiere hablar todavía hoy con cada uno de sus hijos! Dios habla a través de sueños, visiones, las Escrituras, por sentimientos o pensamientos, y menos comúnmente, audiblemente. Pero. a menudo Sus hijos son insensibles a la dulzura de Su voz. 

En una ocasión, cuando mi hijo tenía cuatro años, me preguntó: «Mami, ¿por qué Dios habla tan bajito?».  

Le pregunté: «¿Qué quieres decir?».  

Él respondió: «¡He intentado oír a Dios, pero habla tan bajito!». 

Fue un gran momento de enseñanza unido a un profundo sentimiento de gozo por el hecho de que mi hijo de cuatro años deseara oír a Dios de forma audible. Le animé a que escuchase con más atención e incluso a que le pidiera a Dios que le hablase más claramente. Dios respondió aproximadamente un año después, cuando mi hijo se despertó de repente y preguntó por una misionera por la que nuestra familia oraba con regularidad. Él nos dijo que algo andaba mal con ella. También nos dijo que uno de nuestros pastores locales (a quien mencionó por su nombre) estaba pasando por un problema. Le animamos a orar por ambas personas y nos unimos a él en oración. Poco después, el pastor nos contó que su iglesia estaba atravesando por una grave división. También nos llegó la noticia de que la misionera estaba atravesando dificultades en el extranjero. 

Existen cuatro factores que nos ayudan a escuchar la voz suave de Dios: La concentración, el tiempo, la autodisciplina y la fe. Gracias a la bondad y la gracia de Dios, podemos escucharle mientras crecemos en estas áreas. 

Factor #1 — LA CONCENTRACIÓN 

La distracción es nuestro principal enemigo cuando se trata de escuchar a Dios.  

Desde que nos despertamos hasta que nos acostamos, la plétora de distractores en nuestro entorno personal reclama atención y desvía la atención del Espíritu Santo que mora en nosotros, que es nuestro maestro y guía. Nuestros hogares y automóviles están llenos de aparatos tecnológicos. La cacofonía de géneros musicales, películas, noticias mundiales, deportes y juegos electrónicos compiten por la mente y cautivan el corazón. Beneficiaría a nuestra cultura la orden de Jacob a su familia de despojarse de sus dioses ajenos, purificarse y volver a buscar juntos a Dios en Betel (Génesis 35:2-3). Tristemente, algunos aparatos se llevan ahora a la casa de adoración. Independientemente de la edad, los creyentes deben ser conscientes del impacto de las distracciones y deben apartar en forma intencional un lugar «tranquilo» para reunirse con Dios. Incluso un rincón tranquilo, un clóset si es necesario, un lugar fuera de la casa o apartamento, o un vehículo estacionado puede cambiar la trayectoria de la distracción a la capacidad de discernir la presencia de Dios y escucharlo hablar. 

Factor #2 — EL TIEMPO

Todos tenemos las mismas 24 horas diarias, es decir, 1.440 minutos o 86.400 segundos. El dicho popular nos recuerda que «el tiempo perdido no se recupera». Considere los beneficios para la persona promedio que reflexiona sobre el desperdicio de los segundos, minutos u horas gastados en actividades que no fomentan el crecimiento espiritual y opta, en cambio, revertir su rumbo y escuchar y meditar más en las Escrituras y en escuchar a Dios. 

Por lo general, nuestras oraciones son más bien monólogos. Hablamos, Dios escucha, y salimos corriendo sin permitirle que nos hable. Culpamos a nuestros horarios sobrecargados por nuestra falta de oración, meditación y de escuchar a Dios. La vida se convierte en un ciclo interminable de actividad tras actividad. Sin embargo, en 1 Reyes 19:12, cuando Elías necesitaba oír a Dios, observó que Dios no se encontraba en el viento ruidoso, ni en el terremoto, ni en el fuego. Elías escuchó a Dios en Su silbo apacible y delicado. ¡Debemos escoger escuchar para oír! 

Jesús dijo a sus discípulos: «Apartaos… y descansad» (Marcos 6: 31). Este descanso era más que un reposo físico. Era descansar en Dios, lejos incluso de los milagros de sanidad y liberación y del poderoso avivamiento. Era aprender del amor y la compasión de Dios por los perdidos y quebrantados y recibir poder para ministrar en forma eficaz. El trabajar para Dios no sustituye el descansar en Dios. Jesús elogió a María por elegir «la mejor parte» en contraste con Marta, que se había sumergido en la preparación de las necesidades físicas de Jesús, pero descuidó Su alimento espiritual vivificante en el proceso (Lucas 10:41-42). El ajetreo y las actividades a menudo no edificantes son los enemigos del tiempo que pasamos con Dios, que consumen los insustituibles 86.400 segundos asignados cada día. 

Factor #3 – LA AUTODISCIPLINA 

La autodisciplina tiene un impacto en nuestra capacidad de oír hablar a Dios. El diccionario Oxford define la autodisciplina como: «La capacidad de ir en pos de lo que uno considera correcto a pesar de las tentaciones de desistir hacerlo». Se cuenta la historia de un pastor asiático que había ministrado todo el día en las aldeas y llegó a casa después de la medianoche. Sin embargo, se despertó a las cuatro de la mañana para orar y buscar la ayuda de Dios para el día. Su compañero occidental, que estaba de visita, se alarmó al ver que el pastor se levantaba tan temprano. El pastor que oraba respondió que necesitaba escuchar a Dios mucho más de lo que su cuerpo necesitaba dormir. 

David meditaba en el Señor día y noche (Salmo 63:6; 119:164) y nos exhortaba a ofrecer a Dios los sacrificios de alabanza y acción de gracias. Jesús, modelo de autodisciplina, se levantaba temprano y se iba a un lugar tranquilo para orar y estar en comunión con el Padre (Marcos 1:35). En su momento de mayor tristeza, se separó de los discípulos y suplicó a Dios Padre que le diera fuerzas para afrontar su «Copa» de sufrimiento en el Calvario por nuestros pecados. 

Protéjase de la autoindulgencia, enemiga de la autodisciplina. Tenemos la tentación de complacernos más de lo debido a expensas de la autodisciplina, que nos impulsa a seguir haciendo lo correcto a pesar de los desafíos que podamos encontrar. Los versos de un famoso himno, «Llévame al Calvario» (Lead Me to Calvary), refuerzan mi decisión de buscarle a pesar de mis dificultades y limitaciones. 

Que esté dispuesto,  
Señor, a llevar mi cruz por Ti 
Incluso a compartir Tu copa de dolor 
Tú lo has llevado todo por mí 
 
No sea que olvide Getsemaní 
No sea que olvide Tu agonía 
No sea que olvide Tu amor por mí 
Llévame al Calvario 
 

Factor #4 – FE EN DIOS 

La fe en Dios es fundamental para oírle hablar. Jesús prometió enviar al Consolador, al Espíritu Santo que nos enseñaría todas las cosas (Juan 14:16-17, 26). A menudo, optamos por nuestros caminos y tomamos decisiones basadas en los principios del mercado. Pero la fe se aferra firmemente a las promesas de Dios y no se deja intimidar por las pruebas. El enemigo de la fe es la incredulidad (Efesios 6:16). El escritor del libro de Hebreos enfatizó: «Sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). 

Crecer en estas cuatro áreas puede ayudarnos a ser más sensibles a la voz de Dios. Algunas denominaciones cristianas enseñan que Dios no sigue hablando fuera del texto escrito. A lo largo de mi experiencia cristiana, Dios me ha hablado claramente muchas veces. Una vez fue en voz alta, sonando como un trueno. La mayoría de las veces me ha hablado a través de mis pensamientos y las Escrituras. Algunos de Sus mensajes fueron instructivos; otros correctivos o acerca del futuro. Dos de los mensajes advertían de un desastre inminente para nuestra nación que ocurrió el 11 de septiembre y en la Villa Olímpica de Georgia. Testigos pueden testificar sobre estos dos últimos, ya que les informé de la revelación de Dios en una reunión de oración antes de que ocurrieran. 

Una de las tareas más difíciles que recibí fue cuando recibí un mensaje para una pareja a la que respetaba mucho y consideraba modelos a seguir. El mensaje de Dios era un llamado al arrepentimiento, o de lo contrario «serían como Ananías y Safira» (Hechos 5). Me quedé petrificada y poco dispuesta, rogándole a Dios que me liberara de esta tarea, ¡pero no lo hizo! Esperaba que no hubiera nadie en casa de ellos, toqué al timbre y corrí literalmente hacia mi coche. Pero antes de que pudiera encender el vehículo, la puerta principal se abrió y alguien dijo: «¡Espera!». 

Brotaron lágrimas de temor. Comuniqué el mensaje y emprendí una precipitada retirada. Sólo estaba presente la esposa, que me pidió que no me marchara. Comenzó a llorar y a confesarse.  

Me quedé estupefacta. Había juzgado a Dios por ser duro con estos «buenos cristianos». Oré por la familia y me marché entristecida y destrozada. Dios se preocupa de todo lo que nos concierne. 

Necesitamos seguir orando para ser sensibles al Espíritu de Dios, tener oídos atentos, un espíritu que discierne y un corazón obediente. Que Él nos ayude a enfocarnos en la «mejor parte» como lo hizo María, a cuidar los segundos y los minutos porque suman días, semanas, meses y años; a crecer en la autodisciplina, y a crecer en la fe alimentada por la Palabra de Dios. De este modo, es más probable que oremos, escuchemos y oigamos a Dios hablarnos. Mantenga abierta la línea espiritual. ¡Dios sigue hablando en nuestra generación (Apocalipsis 3:20)! 

Sobre la Autora


Dyrie Francis Obtuvo un Diploma en Enfermería, con un máster en Ciencias de la Enfermería y un máster en Liderazgo Cristiano, vive en el sur de Florida, donde ella y su marido, Karl, fundaron hace treinta años la Iglesia de la Biblia Abierta Living Word, en Cooper City. La congregación está formada por creyentes de 22 países, incluida una minoría de estadounidenses caucásicos. La iglesia celebra la unidad en la diversidad y busca con ahínco el cumplimiento de la Gran Comisión sin distinción de raza o color. Dios y la familia son fundamentales en la vida y el paradigma ministerial de Dyrie. Ella ama a la gente y sirve a través de la enseñanza de la Palabra y el ministerio de la oración. En su vocación de servicio subyace una profunda e ineludible sensibilidad hacia el corazón de Dios sobre la justicia y la situación de los oprimidos. Ella sirve como un puente para muchos y continuará por la gracia de Dios. Dyrie y Karl tienen dos hijos adultos, Jonathan (casado con Andrea) y Bryan (casado con Terrone) y una nieta, Christine Noelle. 

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